jueves, 30 de mayo de 2013

Muy seguramente usted no sabe que no era una simple taza de café. Quería quedar de nuevo para verle, sentirle, perderme en su aroma, guardar con mas detalle cada parte de su rostro, y eso… eso usted no tiene por qué saberlo.


Éramos fuertes, lo suficiente como para permanecer en un abrazo sin desmoronarnos, pero al mismo tiempo débiles, esclavos por completo de nuestro silencio. No podía abrazarlo y decirle al mismo tiempo que si este fuese nuestro  último día juntos, es decir, en el cual habitásemos el mismo espacio... de seguro lo gastaría ahí, entre sus brazos, como siempre quise hacerlo, como nunca pude.

lf

sábado, 11 de mayo de 2013

A veces mi emoción no me deja mirarte y es como si no hubiera ido a verte.

Confieso que soy una solitaria. Me gusta endiabladamente la soledad ¿Y saben algo? Cuando se tienen pocas personas alrededor escuchamos mucho mejor el ruido de nuestros pensamientos.

Noche del color de los recuerdos.

Fue una mala jugada del destino haberme encontrado con el esa noche, y no crean que fue premeditado. 
Acepto que le pensé mientras me encontraba en el lugar donde le vi por primera vez, pero fue eso, un recuerdo guardado que decidió aparecer milagrosamente, nunca imaginé volverlo a ver después de tanto tiempo separados. 
Se suponía que las sobras de lo que pudo ser se habían esfumado meses atrás, pero como les decía, el destino siempre esta acechando a esas almas perdidas en busca de un nuevo camino. Es decir, yo era el blanco perfecto. 
No se suponía que ese nuevo camino debía ser uno ya trazado, del cual de antemano se sabia su final. No se suponía que tuviera que escribirle de nuevo, cuando la última vez fue hace años, y mucho menos tener que dormir pensando en ese hueco que sentí al volverle a ver.
No se suponía tener que fingir no haberme dado cuenta de su presencia, de mi inexistente sonrisa, de mi humor incipiente al alejarme de el.

Justo cuando te das cuenta que estas fuera de peligro, una noche estrellada te recuerda lo cerca que te encuentras de el.. Otra vez.
Dibi

viernes, 10 de mayo de 2013

Cada día me doy cuenta que sé menos de mí. En la medida que aprenda más de mí mismo, podré involucrarme con otra gente. Estoy aburrido de que me amen y no ser capaz de responder.

Ojalá que se llame Amapola, que me coja la mano y me diga que sola no comprende la vida.

Pero ellos y yo sabemos que el cielo tiene el color de la infancia muerta.

Me he acostumbrado tanto a la melancolía que la saludo como a una vieja amiga. Me siento realmente mal, realmente triste. Entonces me levanto purificado. Aunque no haya resuelto nada. Hay algo mal en mí, además de la melancolía.

Qué pena, amor, que tu presencia dependa tanto de tu cuerpo.

— Jaime Sabines.

No me juzgues: piensa en mí simplemente como en un ser que a veces siente que la copa se desborda.

Le pregunté si se sentía desgraciada y contestó que sí. Le pregunté el motivo y dijo que no sabía. No me extrañó demasiado. Yo mismo me siento a veces infeliz sin un motivo concreto.

Hay noches en las que este cuarto es el único sitio en el que quiero estar. Y, sin embargo, subo aquí y me siento como una cáscara vacía.

Ahora la coherencia se me escapa de las manos y me da por decirte que te quiero, que te extraño y que te necesito junto a mi; me da por imaginarnos entre flores y jardines, acariciando la distancia que nos une, versando la compañía que nos separa… ¿Qué hacer? ¿Qué sentir? Si a fin de cuentas, la coherencia se me escapa de las manos…

Ay, amor mío, no estoy triste, no, pero te quiero. Es un modo distinto de sufrir.

Admito que me gusta cuando la gente nos rodea y me desnudas con la mirada, porque lejos de arrancarme las ropas mentalmente, me arrancas las palabras y eso es algo que pocos hacen.

"-Estás enamorada de la muerte,- dijo Roberto. Yo me ruboricé.
Siempre. Siempre. Bella palabra."

Alejandra Pizarnik

Que tu cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones.

Y así cuando te digo: ‘Eres libre’, tú bien sabes que te digo ámame, elígeme; no soy yo quien te ha encontrado, somos dos los perdidos…

Y debo decir que confío plenamente en la casualidad de haberte conocido. Que nunca intentaré olvidarte, y que si lo hiciera, no lo conseguiría. Que me encanta mirarte y que te hago mío con solo verte de lejos. Que adoro tus lunares y tu pecho me parece el paraíso. Que no fuiste el amor de mi vida, ni de mis días, ni de mi momento. Pero que te quise, y que te quiero, aunque estemos destinados a no ser.

¿Cuánto tiempo hace que no pienso en otra cosa que en ti, imbécil, que te intercalas entre las líneas del libro que leo, dentro de la música que oigo, en el interior de los objetos que miro? No me parece posible que el revestimiento de mi esqueleto sea igual al tuyo.

Y un día te das cuenta que el camino de la vida tiene de todo menos un barandal de donde agarrarse. Caes.

Tú me ofreces amor con toque de queda, qué lástima no sabes besarme por dentro, nunca has mirado las palmas de mis manos y no entiendes mi manera de secuestrar la luna. Eres una luciérnaga en mis días y un poco de mercurio en mi verano.

Letras sin rumbo fijo.


Supongo que el hecho de mirarle a los ojos me deja algo contrariada. 
Como cuando algo dentro de ti te dice que debes comer, pero en realidad no tienes hambre, muy frecuentemente si es la hora del desayuno. 
Supongo que el hecho de no querer separarme de el me perturba por minutos, y entonces dedico toda una tarde a divagar por esos lugares de los cuales he querido siempre escapar, pero nunca he llegado a hacerlo en su totalidad. 
Me enerva saber que existe tantas palabras (que resultan ser malditamente poéticas) para describir esas pecas que me saludan al pasar. Y supongo que sonreír como loca no me hace quedar tan bien, pero parece que es inevitable. 
Esto me pasa cada 2 o 3 meses, no creerás que son todos los días, gracias a Dios. 
Es como uno de esos episodios que no quieres ver de tu serie favorita, pero aun así lo haces, pues resulta frustrante no saber todo sobre ella. No se si me entendéis, pues yo tampoco lo hago.
Así que me dedico (de vez en cuando) a seguir cuestionando mis motivos a ese fatídico evento, y a escribirlo en mi memoria. O quizás, a plasmarlo en un papel, y dejarlo divagar por el viento, perdiéndose en el bullicio de la tarde de un viernes, perdiéndose de mi mente por unos largos días, perdiéndose a tal punto que logro esquivar sus memorias.
Dibi