viernes, 22 de febrero de 2013

sábado, 9 de febrero de 2013

No soporto la idea de que el universo tenga que destruirse cada vez que te marches.

¿Sabes? Siempre nos llevamos un pedazo de las cosas, de los lugares, de la gente. Son fragmentos, jirones de seres que se nos quedan incrustados dentro, como esquirlas. Y a veces duele, a veces duele mucho…

¿Qué otra cosa puede ser la literatura sino el hallazgo del pretexto adecuado que nos permite regresar siempre al lugar en el que queremos habitar?

Cierra algunas puertas. No por orgullo, ni soberbia, sino porque ya no llevan a ninguna parte.

“Se encendieron las estrellas en tu piel y se lleno mi luna llena. ¿Me concedes esta y mil vidas más para morir a tu lado?… Te amo, te amo de susurros bajos, de secretos al oído. Te amo de latidos fuertes y suspiros profundos. Te amo de atardeceres rojos y madrugadas tibias. Te amo de ojos cerrados y brazos abiertos. Te amo sin tiempo, te amo de locura, te amo de “hoy no te vayas, quédate conmigo”. Te amo cuando no lo digo, cuando tontamente supongo que lo sabes, te amo cuando eres terco, cuando estas triste. Te amo cuando no hablas, cuando miras de reojo, te amo cuando eres libre y mio. Te amo cuando te siento bajo mi piel, cuando tu mirada me desnuda. Te amo ahora que estoy sola y te extraño…”

Era guapa, no guapa de esas que tienes cerca y suspiras, guapa de aquellas otras que tienes lejos y te falta el aire.

Y ella me besó. Era el tipo de beso que no puedes contarle a tus amigos en voz alta. El tipo de beso que me hizo saber que yo nunca había estado tan feliz en toda mi vida.
Stephen Chbosky