viernes, 20 de julio de 2012

Y es que  amaba el parecido del amarillo de mi cielo con el color de tu mirada.
Cuando te elevas, cuando pasan por ti esas nubes soñadoras que van de prisa recorriendo cada uno de tus pensamientos, invitándote a vencer tus miedos, es cuando te atreves a tomar el lápiz y pintar en tu futuro lo que más añoras. Yo lo pinté a él. Le pinte sus ojos con color a otoño... amarillos como el cielo de el atardecer que tanto he soñado ver, le pinté una a una las pecas que le rodeaban su cara. Ellas, ellas son tan sutiles, tan diminutas, tan acorde a sus facciones. Le pinte mi mano sujetada a la suya, lo pinté conmigo. 
De repente, descubres que no hay nada a blanco y negro ya, descubres que, eso que has dibujado se ha convertido en el sueño de tu alma, en tu promesa, y decides apropiarte de ella, decides vivirla y respirar el aire que va a llenarte las entrañas, las palabras que llenarán un libro entero de historias. El mientras tanto, las dibuja, las tatúa una a una en mi espalda, en mis manos, como si quisiera hacer de mi cuerpo un mapa, como si pretendiera guiarse por las huellas que han dejado ya sus manos.
Ya después, te das cuenta que necesitas un viaje diario, y fijas en tu reloj una hora exacta, un tiempo justo para que esa nube que se esfuma tan intrépida , tan audaz entre cada una tus realidades o cada una de tus fantasías, que solo comparte contigo momentos efímeros, te lleve a sumergirte en pensamientos, en lugares, en miradas, que hacen parte del presente que deseas estirar hasta el final de tus memorias.

Thalita.

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