viernes, 10 de agosto de 2012

"Yo pude ofrecerte tanto de mí, el polvo de la ciudad, la terquedad de mi inocencia, el primer sobresalto de cualquier alegría, el privilegio de abandonarnos en los desvanes, pero soy sólo un hombre feliz sobre la nada confesando en parques desiertos el secreto de sentirte eternamente joven dentro de mí. Yo pude ofrecerte tanto: Puertas que nunca se cerraron, unir las palabras que separan nuestros nombres. Pero a quién le importa un ser burlando el asombro de los demás, que las jaulas permanezcan vacías y seamos los animales liberados que buscan el sentido de la angustia en una libertad que merecemos, a quién le importa, a quién. Yo hubiera querido tener veinte, treinta años más, y perseverar en el intento de ser uno de tus infieles convocados, pero temo no deslumbrarme en otra edad, en pasar inadvertido por cruzar la diferencia. Hay algo de alegría eterna en tu mirada, de perversión en tu inocencia que me impulsan a persistir con lucidez frente al delirio, a reconocer la única perdición que me sé de memoria: Tu carne sin consumirse expuesta a la hoguera. A qué jugamos, ¿a la tentación de apostarlo todo y contra todo? Es verdad, nadie prometió guardar nuestro secreto de pertenecernos en el anonimato, pero siempre nos ha salvado la predilección por el reto, la alegría de sabernos iguales ante el deseo. A pesar de este camino sin regresos que me trazas siento una extraña fascinación por el corte de los cristales rotos, por perderme, por apostar al arrebato de esperarte sin anuncios, por el desprecio con que burlas la muerte advirtiéndome. El hombre es sólo principio, pero debe ser continuidad a pesar de las rupturas. Yo puedo ofrecerte tanto de mí, pero soy sólo un hombre bajo rocas sosteniendo la ilusión de invocarte todos los días mientras ignoras que te subasto para mí en mis sueños."

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