miércoles, 26 de septiembre de 2012

I

Y yo moriría mil veces por poder recibir amor sin pedirlo, sin haberme dado cuenta ser llevada, de improvisto, a un sitio en que los ojos se miran sin desprecio. Pero hubo de pasar tanto terror y tanto miedo de mal agüero para llegar cansada, feliz y doliente a mirar unos ojos que no me dañan.

II

Yo no digo que vengas, que estés ya aquí, que has venido. Pero me niego a negar la espera de tu venida. Déjame esperarte. He nacido para esto. Déjame delirarme sin ti, asistir a la deformación de mis huesos que sólo aman una sombra. He caído en la trampa de esta espera y sin duda soy feliz.

III

Que has venido, que tu presencia estremece el cálido dolor de las hojas muertas. Milagros de la que espera y ve y siente. Y yo te seguiría bajo cualquier forma, como polvo o humo o viento. Entraría por tu respiración, por tu sonrisa, por tus tristes deseos de evadirte hacia donde no haya lenguaje si no solamente ojos devorándose, ojos amándose en el peligro de una desnudez absoluta.

IV

Y tú me viste llegar, mendiga hedionda enamorada de su sombrero con flores y plumas. Había un color lila que humeaba y yo estaba verde dentro de mis harapos. Dancé para que te rieras. Me pinté las uñas de azul. Toqué la guitarra y canté canciones que hablan de pequeños instantes únicos en los que el dolor se duerme y hay sólo deseos de amar.

Alejandra Pizarnik.

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