lunes, 10 de diciembre de 2012

"No es que te fuiste, no es que me fui corriendo, que deje el café arriba de la mesa y no llevé la taza a lavar. No, fue un poquito peor que eso. 
De repente, en un abrir y cerrar de ojos, me encontraba a fuera, con la puerta azul marino enfrente de mi cara. Tenía los ojos llorosos, y la cara roja, parecía un tomate podrido. Me sentí desconocida ante mis sentimientos, estaba helada, parecía un cactus. Es la única palabra que se me cruza por la cabeza, de la nada, me crecieron espinas por todos lados, y un nudo se colocó en mi garganta cada vez que quería pronunciar tu nombre. Y me fui, caminando, con la cabeza sin ver el cielo (me parece que estaba lloviendo o eran mis ojos, no sé), tambaleando, intentando recuperar compostura, una parte de mí te defendía sin dudarlo y la otra no podía hablar. Y cada vez que sentía la necesidad de hablar, simplemente… Pum. Se cerraba, algo ahí se cerraba y no podía decir ni bu, ni ah. Ni siquiera podía acordarme como pasó todo tan rápido, como de la nada te tenía entre mis brazos, nuestras piernas estaban enredadas y de la nada, nada misma, nada que aterra, terminé lejos. Afuera. Enfrente de la puerta. Cerrada. Imposible de abrir. Porque no tenía fuerzas. Se me consumieron las ganas… Los sueños se me hicieron un bollito, me parecieron una porquería. Yo me parecí una porquería porque estaba llena, llenita de sueños, por acá, por allá, en el lunar de la espalda, el del pie, en la mancha de nacimiento que tengo cerca del ojo izquierdo, por todos los lugares tenía sueños. Y en ese momento me dieron tanto asco. 
Volví un par de veces por ahí, pero cada vez que me acercaba a tocar la puerta o estaba por mover las llaves para que me escuches, me paralizaba. Intentaba sonreír, me daba media vuelta, me repetía algo en vos baja y me retiraba para el lado de la plaza. Y no es que me hayan faltado ganas de tocar la puerta, tirarla, y decirte: No puedo más (o si no, al menos te hubiese pedido que me devuelvas la musculosa blanca, que te quedaba mejor a vos). Es que simplemente no podía. Me aterraba lo que pasó detrás de esa puerta. 
Mi egoísmo, vamos a usar este termino vulgar, mi manera de defenderme contra vos; tus palabras; tus rifles; tus manías, tu todo, no me dieron lugar a comportarme como una valiente, o a una estúpida -como quieras llamarlo- como a veces solía serlo. 
En un cerrar de ojos, me volví una piedrita, chiquita, indefensa, que harta de esa sensación, se fue. Se fue. Y se fue. Había pasado algo detrás de la puerta azul marino, que no sabía con exactitud que era, pero me había paralizado. Asustado. Sin embargo, no podía dejar de pensar en eso. En lo que estaba detrás, como si hubiera algo mío. Una partecita, que latía, latía, y escribía mi nombre por las paredes blancas de aquel cuarto en dónde tiré el mate, y por las noches vos y yo nos abrazábamos hasta cansarnos (entre otras cosas). Algo había ahí, que me hacía volver. 
Siempre volvía, y siempre me iba. Siempre. Iba, estaba apunto de entrar, escuchar tu voz, y cuando la imaginaba y recordaba lo poco que recordaba, me asustaba, me daba media vuelta y me iba. Cada vez que pasaba por ahí y la sensación de saber que algo me faltaba, una pieza para el rompecabezas de mi miedo, me hacía peor. 
Nunca me faltaron ganas de tirar la puerta, pero siempre que llegaba las ganas se iban escondiendo en partes de mí que no reconocía. O qué no estaba teniéndolas en ese momento en mi poder. 
Porque repito, hay una parte de mí detrás de la puerta color azul marino. 
Algún día, supongo, voy a entrar como una vecina cordial a pedirte azúcar, te vas a parar, vas abrir la puerta (sin esfuerzo, así como así, solo es cuestión de girar la llave y tirar), lo vas a buscar y yo voy a ir recorriendo parte por parte hasta encontrarme.  
Aunque, entre vos, el azúcar, yo, la partecita que perdí, la puerta azul color marino y todo lo que paso entre nuestros muros, te miento si digo aquello. Porque si entro quizá te veo y me vuelvo a perder. Y no sé si te acordas de lo mucho que me gustaba eso con vos. Así que si paso, no abras. Y que la partecita si se tiene que morir que se muera. Dejala por ahí. O no, mejor voy a tocar la puerta. Me voy a llenar de aire el pecho, voy a ir por mi partecita. Me vas a ver con esos ojos con los que mirabas a tu perro cada vez que llegabas tarde a casa y le decías que estabas cansado para ir a pasearlo. Me vas a mirar, y quizá en ese preciso momento el asesino vuelva atacar. Pero yo volví por mi parte. Solo y únicamente por mi partecita. Y que no se diga que volví también por vos. Porque entonces voy a tener que condenar al buchón."
No se sabe nunca

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