"Recostó la cabeza en su pecho, y allí latía un corazón. Pensó: incluso así, a pesar de la muerte, algún día le dejaré. Conocía bien el pensamiento que podría llegarle, fortaleciéndola, si antes de dejarlo se conmoviera: “Arrojé todo lo que podría tener. No le odio, no le desprecio. ¿Por qué buscarle, aunque lo ame? No me gusto hasta el punto de que me gusten las cosas que me gustan. Amo más lo que quiero que a mí misma”. Sin embargo, sabía que la verdad podía estar igualmente en lo contrario de lo que pensaba. Reclinó la cabeza, la apoyó contra la camisa blanca de Octavio. A los pocos momentos, muy suavemente, se fue apagando la idea de la muerte y ya no encontraba de qué reírse. Su corazón se iba sintiendo suavemente moldeado. Con el oído, sabía que él, indiferente a todo, proseguía con sus regulares latidos su camino fatal. El mar.
- Aplazarlo, sólo aplazarlo - pensó antes de dejar de pensar. Porque los últimos cubitos de hielo se habían derretido, y ahora ella era tristemente una mujer feliz."
Clarice Lispector
Clarice Lispector

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