Cuando se dio cuenta que la chica que siempre estaba en el metro era muy diferente a la chica de rostro borroso y falda gris que casi todas las noches aparecía en sus sueños, se sintió muy triste. Quiso llorar y perderse por el laberinto de la ciudad; no pudo. Recordó que no había tiempo para romanticismos y le dolió esa sorpresa que sólo el paso de los días puede descifrar sobre las cosas soñadas. Abordó el metro y jamás volvió a confundir a la chica del metro con la chica de rostro borroso y falda gris.
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