miércoles, 30 de mayo de 2012

Más bien abandonado, desvalijado. Mi mujer no está, ni su afán, ni sus labios de olvido. Y yo debería estar sereno, porque su ausencia es de días, viaje de trabajo, nada rotundo, nada terminal, el amor intacto, todo perfecto. Pero no está y la sala sufre una acústica inusual. Recorro la casa y no hay boca en la cama ni silueta en las ventajas. Sueño absurdo, prematuro, hosco de tan frágil. Pero así sucedes; sólo entiendes el techo cuando no hay techo. Hay un vacío de guerra, una mano intacta y sin agua. Una sospecha de soledad en tu ropa. Abres el baño y ves un solo cepillo de dientes. Eres dueño de todo y, por lo tanto, huérfano. Decides cada paso, cada fruta, cada película. Podrías dormir, embriagarte, vagar días enteros, rabiosa, libremente, pero algo falta. La cama inmensa, la cama más extraña que ancha. Tú me faltas, esposa, necesito tus nervios, tu galope en la sala, tu río y tu ira, tu voz derramándose por los pasillos, mojando la noche, ardiendo el día, necesito el suburbio de tu humor, el relente de tu caricia, la furia de tu furia, necesito tus ojos que tanto, que tanto.
Leonardo Padrón  

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