viernes, 29 de junio de 2012

Así me entretengo. Voy repasando objetos como si ellos pudieran decirme algo, como si fueran a darme un consejo o una bofetada. Miro los posters de las paredes, el escritorio, las estanterías con todas esas cajas apiladas encima de ellas, el suelo lleno de vaqueros y camisetas tiradas, de zapatos que no uso, ¿qué demonios hará un paquete de galletas abierto en el cesto de la ropa sucia?. 
Y eso hago, como decía: fumando. Con esa aspereza de a quien le cuesta afeitarse más de una vez cada dos semanas, distante y callado como un francotirador sin objetivos. Esperando. Que el vacío tome forma y haga ruido como la angustia, que chirríe un crepitar de deseos muertos en nuestros oídos, que las migas reconozcan su moho de camino de vuelta a la desesperada. Que los pétalos marchiten la escarcha hasta perderse como un hielo en alcohol, que el verano prohíba las minifaldas, que no exista el brillo después de tus ojos, que hasta la luz se pudra, y se apague de nostalgias el sol. Que no haya nada más allá de la puerta cerrada de la habitación, que se llenen de frío la cama, el whisky, los cigarros, que la carcoma termine con el delirio alcohólico de las esperanzas, que se rompan las ventanas o que los pájaros se mueran sin ti.
Tayler Durden 

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