martes, 2 de octubre de 2012

Entré al bar y pedí una cerveza fría. Encendí un cigarrillo y me dediqué a observar esa mujer vestida de negro que miraba por la ventana hacia lo calle. Cuando la vi supe inmediatamente que era una mujer-lluvia. Una mujer-lluvia. Una mujer húmeda. Una mujer-lluvia se distingue a leguas por su forma acuática de mirar, por sus formas suaves, por el color transparente de su piel,por la forma como humedece poco a poco el aire circundante con su manos, con sus babas, con sus ojos, con la lluvia secreta que sale de su cuerpo. 

Caminamos por los jardines y le tomé varias fotografías. Mientras caminábamos supe que la primera sensación que se tiene al estar junto a una mujer-lluvia en un parque, era la de flotar en el oleaje extraño de su voz caliente. Era la sensación de que el mundo, los árboles, el viento, las nubes, mis manos y mi cuerpo, flotaban en el marecito azul que se producía en la corta distancia que separaba un labio de otro. 

Entonces empezó a llover y la lluvia me supo a Pussy. Miré hacia el cielo y las gotas de lluvia formaban en el aire nubes transparentes de agua que se diluían en el cabello de Pussy lluvia. Pussy mi amor. Pussy lluvia. Caminamos un rato sin sentido. Embriagados por la lluvia. 

Al otro día fuimos al Pere Lachaise y tomamos whisky en la tumba de Morrison. La policía nos echó. Al cabo de un mes me fui a vivir con ella en su apartamento. Eramos dos seres felices y húmedos. La humedad nos cubría con su manto todo el cuerpo. Era una humedad amarilla, una humedad azul. Era la humedad de dos seres acuáticos que nadábamos en las podridas aguas del amor y de los días...

Rafael Chaparro Madiedo.

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