lunes, 14 de enero de 2013

Solíamos pasar horas charlando en los andenes sobre música, sus amantes y mis naufragios. Por las tardes, cuando entiendo que nada me pertenece (salvo esta melancolía enfermiza y mi afán por el fracaso), acostumbro sentarme en las estaciones. 
Observo a los trenes devorando y vomitando amargura. Desencanto. Un desfile interminable de fantasmas disfrazados de anuncio en televisión, y los gestos de su artista favorito. En medio del horror, imagino (frecuentemente) su sonrisa chantilly y su manita diciéndome adiós por la ventanilla. Y, por un instante,  todo parece menos oscuro. 
Y eso que llaman (llamamos) Felicidad, coloca la más estúpida de las sonrisas en mi rostro. 
Me desconcierto. Sé que todo es una mentira, un chiste. 
-No quiero volver a verte- dijo. Y así prefiero recordarla. Con la rabia en sus ojitos, con la voz            cortada. Las manos tensas. 
Mi (falsa) indiferencia, y éstas ganas recientes a ser devorado por los trenes. Destripado por esa amargura y desencanto infinito de los maniquíes. 
Regreso a casa. Escribo únicamente para no volverme loco.  
Israel Miranda Salas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario