sábado, 19 de mayo de 2012

Ya que no se me da eso de expresarme con la voz, me dedico a escribirte una carta como esta, de las que no se leen y terminan en la bolsa de la basura junto a los restos de un día como el miércoles. Lamento que las cosas estén tan de extrañas que ni mirarnos podamos. Que se va a hacer cuando has sido tú el artífice de madrugadas infinitas y labios rotos de deseo. Me sacaste palabras atoradas que me negaba a pronunciar y nunca nadie me había atravesado como tú cuando me mirabas. Fuiste tú, querido, el protagonista de tantas primeras veces que es justo y necesario que te dedique un par de líneas ahora que el polvo de estrellas no da para más y la magia ha recogido sus maletas y se ha ido por el mismo camino por donde llegó. Quizá no fue amor duradero, del que te lleva a cambiarte por otra persona y te ata sonrisas en el rostro. Quizá no fue esa clase de amor y yo no me quejo, ni me arrepiento ni me entristezco. Quizá nosotros no somos esa clase de personas que va por la vida entregando el corazón a extraños para que los cuiden. Quizá no damos para ser retratados en postales ni nos hacemos ilusiones más allá de lo que pueda pasar en las noches. Quizá nos queremos demasiado para confiar el uno en el otro. Qué sé yo. A estas alturas sé mucho de todo y nada de nada. ¿Pero tú? Todavía me asombras. No he logrado descifrarte y vaya si lo he intentado. No entiendo tus miradas ni tus silencios ni lo poco que me dices cuando intentas decir mucho. Y quizá por eso no funcionamos a la luz del sol, porque ambos estamos arropados con el mismo manto de misterio y miradas que nos calla la boca. Y quizá por eso nos va mejor cuando lo que menos hacemos es hablar. Ya no damos para más cariño, aceptémoslo. Se nos agotó la sabia juventud y empezamos a pensar demasiado… Es cierto, aún nos queda un mañana por la noche, un viernes de compañía, una llamada desesperada… Aún nos queda el recuerdo de aquella luna llena cuando nos comimos a miradas.
Letras en desorden

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